jueves, 4 de marzo de 2021

Naturismo - Amor y Odio



Los primeros contactos

La primera vez que se escucha la leyenda de las buenas cigüeñas, fue en Escandinavia hace cientos de años, las madres contaban a sus hijos que les había traído la cigüeña. Para ellos simbolizaba la maternidad debido a la gran protección que dedican a sus crías o incluso a aves más mayores o enfermas.

Además, el hecho de que anidaran en las chimeneas y tejados de las casas y volvieran año tras año para poner sus huevos y cuidar a sus crías, las convirtió en el personaje perfecto 'traer hijos' a las familias deseosas de tener niños.

La cigüeña aterriza con su espléndida carga. Sobrevuela la ciudad, lleva gravada en su cerebro la dirección donde tiene que hacer la entrega. ¿Cómo será?

                “He llevado en mi pico a muchos notables”, - dice la cigüeña – “unos han tenido hazañas muy positivas y otros muy negativas. A todos los he sentido igual. Bueno a los distinguidos, a los muy exquisitos los he sentido en lo más profundo de mi plumaje, si se han malogrado ha sido después de que yo los aterrizara”.

                “Siempre me cuesta desprenderme del ser que transporto. A veces los dejo con alegría y otras… bueno, esas otras son historias muy tristes. Hay buenas cunas, mediocres y malas; pero lo más, lo más importante es la mano que mece la cuna.

                “Después de la entrega, los responsables son la madre y el padre, y ¡ah!, desde luego la sociedad a la que pertenece su familia, y por extensión, todos los habitantes del planeta tierra”. “La mano que mece la cuna es la mano que gobierna el mundo”, frase del poema escrito en 1865 por Ross Wallace, reconociendo el valor de la mujer como madre, artífice del desarrollo de la humanidad. 

                “Antes de entregármelos a mí han sido equipados con todas las características de la herencia, genes que se han ido perfeccionando a través de millones de años de evolución, que se van a expresar y otros que se expresarán o no, dependiendo de las características ambientales” – Dice la cigüeña.

“Siempre espero que las madres sean tan buenas cuidadoras como lo soy yo, también los padres. Bueno y no es porque yo sea hembra, es que a las madres nos toca la parte más comprometida, llevar la carga, digo al feto, durante 9 meses, parir, darle teta, despertarse infinidad de veces para atenderlo… y es que… para mí es más fácil… bueno no sé, yo no le doy el pecho, en fin, que es mucho trabajo y sacrificio, eso sí, con gran satisfacción y alegría que se hace. Verás, yo tengo que llevar la carga, a veces a través de muchos kilómetros, con frío o calor, de noche y de día; además siempre tengo mucha preocupación cuando voy a realizar la entrega, ¿lo tratarán bien?  Me gustaría quedarme y ayudar a cuidarlos. A veces lloro mucho, no me atrevo a soltarlo, me lo llevaría a otras casas que me merecen mucha más confianza, pero lo tengo prohibido; así que lo máximo que puedo hacer es entregarles mi amor antes de soltarlos. Durante mi camino de vuelta no paro de pensar en él, en el bebé” – dice la cigüeña.

El maltrato infantil es una lacra para la sociedad, primero una canallada y un sufrimiento para esos seres humanos, después serán agentes que perturbarán en sus relaciones. Están expuestos a las perturbaciones mentales, al suicidio, a los amoríos conflictivos con agresiones, a las drogas… –

Pero no sólo son los maltratos llamativos y tipificados socialmente, hay otros maltratos que suceden en el día a día en todas las familias que son tenidas por normales, aquí lo sufren prácticamente el cien por cien de todos los seres humanos. Se transmite al infante el mal talante del cuidador. La ruptura, las interrupciones de la corriente amorosa, ese grito de ruptura de “¡Ya estoy harta/o de ti!”, “¡cállate!”. Tardar en darle su alimento, dejarlo llorar, no cambiarlo, transmitirle nuestro nerviosismo, nuestra agresión...  El trato puede estar lleno de situaciones agresivas: “¡Estás castigado por malo!”, retirarle el afecto porque no quiere comer. Insultarlo, decirle que hace las cosas mal, criticarlo, humillarlo, culparle por la falta de control de los esfínteres, hacerse pipi o caca, dependiendo en qué fase de su desarrollo esté. Eres malo, los reyes te traerán carbón… En todas estas acciones se puede ser muy repetitivo, el malestar se puede pagar con lo hijos y los vamos cargando con nuestros propios malos estados. Meterles miedo para que coma o conseguir que haga algo que queremos. Pegarle si se cae.

La vida cotidiana está llena de situaciones en las que se descargan los estados negativos que los adultos sufren. Como consecuencia podemos cargar a los hijos de inseguridad, miedos, agresividad, frustración... Se tragarán esas maldades que los acompañarán toda su vida, estarán estigmatizados para toda su vida.

Tratarán de compensarla obteniendo triunfos neuróticos compulsivos que compensen sus frustraciones, complejos y miedos. Serán agresivos e infringirán dolor a las personas cercanas. No serán capaces de entregarse; tendrán miedo al rechazo. El odio producirá más odio, tempestades, dolor, guerras…  El instinto de compensación del que Alfred Adler hace un desarrollo psicoanalítico, discípulo de Freud. 

No es el azar, hay causalidad en el comportamiento de los seres humanos. “Siembra vientos y recogerás tempestades”

Siembra amor y recogerás bondades. 




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