Ciertos momentos del desarrollo
son como ventanas cognitivas para un progreso normal, ciertas experiencias tienen
un límite temporal ontogénico, más o menos determinado.
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Dos sonrisas y mucho amor |
Si las aves cantoras no son
expuestas al aprendizaje no desarrollarán las pautas tonales y rítmicas del
canto de su especie, lo que impedirá su reconocimiento como congénere a la hora
de atraer a la pareja (Gilbert Gottlieb 1997).
Los cerebros son enormemente
complejos, 100 billones de neuronas y aún muchas más 1500 conexiones de cada
una con el resto, formando una super compleja red de enlaces de una densidad
muy alta posibilitando la gama de funciones que caracterizan a los cerebros. Son
momentos puntuales que necesitan del encuentro con el estímulo adecuado para
que se desarrolle la función, la capacidad, el estado. Así, cuando nos fijamos
en el desarrollo de un cerebro humano que está en el inicio de su desarrollo
esta complejidad se multiplica infinitamente. Los actos amorosos de la madre,
del cuidador o cuidadora son esenciales para que el Homo Sapiens adquiera la
plenitud en su desarrollo, para que el lactante madure su cerebro, su
consciencia de ser plena, y aún en la infancia y juventud.
Recuerdo una experiencia. En un
curso que hice sobre niños oligofrénicos, en un centro especializado en su
cuidado. En una clase descubrí a un niño con una expresión más cercana a lo
normal que la del resto. “Es un falso oligofrénico, es un niño que no ha
recibido el afecto de sus padres, ha crecido en un hospicio”, contestó el
profesor a mi pregunta ¿qué le pasa? Creo que en la vida no dejaré de llorar
por este crimen que representa el ejemplo de otros muchos.
Cuántas melodías se pierden en el
ser humano por la falta de un cuidado adecuado o por un comportamiento pernicioso
para el niño.
Desde hace un tiempo, me llama la
atención cuando alguien llama a una puerta y a la pregunta de “¿quién es?”, se
escucha la respuesta de “soy yo”, parece que ese “yo”, implica un todo. ¿Quién
es yo?
“Soy” significa existencia, suceso,
acontecer, lugar, pertenencia…, sí, yo aquí.
“Yo” Cuando alguien dice yo,
lleva implícito que él y el que escucha saben quién es. Cuando se dice “Yo”, no
hay nada más en ese momento y eso es algo excepcional que sucede con frecuencia
y no se aprecia el valor del suceso.
Si en soledad, con los ojos
cerrados se dice “yo” … y se queda contemplando ese “yo” por unos instantes...
¡Qué profundidad! ¡qué inmensidad! La capacidad mental no puede abarcar,
desborda la comprensión y la racionalidad por la inmensidad de la propia
percepción espiritual.
Esto es meditación, esa
contemplación es una forma de estar, que enseñó Buda como práctica espiritual,
es el budismo zen de la escuela de Soto, por ejemplo. No hay búsqueda y se encuentra
la paz.
Captar la presencia del ser humano
es una vivencia expansiva en lo profundo del espíritu. No es una experiencia
intelectual, es una vivencia. No hay miedo, ni egoísmo, afanes o persecuciones,
deseos o anhelos… sólo se está allí. Es fugaz porque el momento es transitorio
y da paso a otras cuestiones de relación social, por eso buda propone parar y
te insinúa que te quedes en ti mismo unos momentos.
Ese es un “Yo” limpio, como el
niño, es tu niño interior, tu universo interior.
Pero hay otro “yo”, el yo de los
miedos, de los afanes, de las persecuciones y búsqueda de triunfos que
compensen los complejos en la balanza de valer o no valer… más y más triunfos porque
el complejo es insaciable, no soporta el fracaso, la duda… entonces viene la
depresión, el miedo se apodera de la entidad del humano.
La consciencia del humano se
puede deleitar con la contemplación interior y con la vivencia del amor por
otro ser humano.
Pero hay un trabajo, tiene que
hacerle frente a un enemigo múltiple. Porque si hay un niño interior también
hay una bestia interior, lo vemos en la historia desde el principio del hombre y
cada día en los efectos desastrosos que causa en sí mismo y en otros seres
humanos.
Es necesario liberar al niño
interior, a la bella princesa que está presa en la torre del castillo.
Una malvada bruja, con una
maldición, convirtió al príncipe en una horrible bestia, y sentenció que cuando
la rosa se marchitara el príncipe moriría si antes no consiguiera que la dama,
la bella se enamorara de la bestia.
Existen ambas, la bella y la
bestia. Una dualidad que provoca muchos sufrimientos.